Hilda y el pueblo oculto by Luke Pearson & Stephen Davies

Hilda y el pueblo oculto by Luke Pearson & Stephen Davies

autor:Luke Pearson & Stephen Davies [Pearson, Luke & Davies, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 2018-10-31T16:00:00+00:00


Esa noche Hilda se comió su guiso y sus bayas de serbal muy triste. No quiso repetir. No le pidió a su madre que jugara al Dragon Panic ni que tostara nubes de azúcar en la chimenea. Ni siquiera quiso tumbarse en el sofá a leer CUEVAS Y SUS ANTIPÁTICOS HABITANTES. Lo único que quería era irse a dormir.

Se dio un baño, se puso el pijama y se metió en la cama. Twig se tumbó a sus pies, y su madre entró en la habitación para taparla y darle las buenas noches.

—¿Has tenido un mal día? —le preguntó.

—Sí —le contestó Hilda en voz baja—. He intentado solucionar nuestro problema con los elfos, pero es imposible.

Su madre se sentó en el borde de la cama.

—Qué raro oírte decir esa palabra.

Hilda se rascó la cabeza.

—¿Elfos?

—No. Imposible. Casi nunca dices que algo es imposible.

—Pues acostúmbrate.

Hilda volvió a rascarse la cabeza.

—Estás rascándote mucho —observó su madre—. Acércate, que voy a mirarte la cabeza.

Hilda se inclinó hacia delante para que su madre le mirara el pelo. Esta cogió un peine y un cuaderno y empezó a peinar a Hilda encima de una página en blanco. Diminutas manchas anaranjadas cayeron al papel.

—¿Tengo liendres? —le preguntó Hilda.

—No —le respondió su madre—. Gatitos.

Hilda cogió la lupa y observó una mancha. Parecía una versión minúscula de Angelina, la gata del alcalde elfo. Recordó que parecía mucho más delgada después de haberse escondido en su pelo.

Su madre siguió pasándole el peine en silencio y luego volvió a hablar, en tono demasiado animado.

—Hilda, he estado pensando que hace años que no vamos a Trolberg. Podríamos ir mañana a pasar el día.

—Mamá, por favor.

—Solo a pasar el día —repitió su madre con una gran sonrisa falsa—. Solo a echar un vistazo.

Su madre metió los gatitos en una pequeña caja que había en la mesilla de noche de Hilda. Besó a su hija en la frente, la tapó y salió de la habitación.

En cuanto su madre se hubo marchado, Alfur saltó de la pila de libros de la mesilla de noche de Hilda y echó un vistazo a la caja de gatitos.

—Creo que debería llevárselos a Angelina —dijo.

—Sí, deberías —le contestó Hilda—. Y no te molestes en volver si no piensas decirme dónde está el castillo del rey.

Alfur negó con la cabeza.

—Sabes que no puedo —repuso—. Firmé el formulario secreto, como todos. No puedo decir una palabra sobre dónde está el castillo del rey a nadie que no sea elfo.

—Formularios, formularios y formularios —replicó Hilda—. Es lo único que os importa a los elfos, ¿verdad?

—Sí —asintió Alfur—. Bueno, no. Bueno, no puedes decir que los formularios no son importantes.

—¡¿Y qué me dices de la amistad?! —le gritó Hilda—. ¿Tiene algún peso en tu pequeño mundo lleno de papeleo?

Apagó la lámpara de la mesita de noche y se tapó bruscamente la cabeza con las mantas, lo que provocó que Twig se despertara sobresaltado y saltara de la cama.



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